martes, 14 de junio de 2011

El carnaval de la iluminación.

El gran felino teriántropo transmuta su cuerpo, le crece ocurrida; estira su nariz desplegando el color de su pelaje que gime al caminar a ritmo sobre el espeso suelo que a paso a paso explota de nuevo. Está suelto, salen las liebres, transeúnte del trance, las palabras correctas e incorrectas son todas un sonido apropiado, aúlla entre tambores y hormigueos "uauuuuuuuuuaaaahhhh!!" agita la cabeza, zarandea a curvas el cuerpo, salpica el blancor del ceno, de la tempestad, el blancor del ojo, los pelos erizados, la sonrisa de brazos cruzados. Va manchando, el lugar marchando, se estira bajo el tronco otro árbol uno azul, y otro turquesa y los muchos tonos que se abren en las ramas, rehiletan las plantas, se estópan los pastos, caen esponjadas las nubes, los troncos se levantan en rigor al fondo penetrando al tornasol cielo. Un color de pájaro sin pájaro se difumina, me imagina un pico amarillo, el eco respirando temblando de frío.
Las hojas escurren, llueve, el cielo agrisa, púrpura, un olor exquisito, la fresca brisa abraza a los calientes cuerpos oscilantes al rito, caras de niños suaves, su piel violeta va con el brillo de la húmeda luna, y los charcos de arco iris. Cesa el agua. Huele a mariposa y estornudan todos. Una onda de flor huye de la cueva empapada bruscamente de pinturas y de cosas por verse, la acompaña un silbido grueso que desemboca a erres, risa, meneo, rigor, el fluido de la gota calmada, la nube dormida que flota. Ha despertado el cielo. Ahí dentro uno es más sutil como un ideal, el cuerpo es liso adherido a la piel, entonces toma su pose y sonríe con los labios, se adopta, acostado sube el talón a la rodilla, se espiraliza, su dedo sube por la barbilla ajustando los labios, a tocar la punta de la nariz. Se cristaliza, deja los dedos del pie fuera, fluyen. Es ya una escultura orgánica, con alambre de calcio. Y justo en sí, se adentra a el mundo que todos saben, en donde todos son agudos, más suyos. Está en los sueños. Él sigue en su posición, imaginando e imaginando con lo que allá hace ahora mismo y que entretiene a los que duermen, crea. Está vivo, la idea de la vida lo mantiene despierto y no cede a dormir: el ambiente rosa sobre un gris ocre, verde fango, y la noche de alfombra, sobre el suelo de hadas tersas que poco utilizan sus cuerpos, y que son como piedras de algodón. La barbilla ablanda, del pecho a la barbilla suya, oliendo el aroma del cuello de un dios mortal, y ella, un dragón desescamado, una pantera, su olor férreo le abunda, su cola de terciopelo prensil una de sus piernas, todos sus órganos quieren estar dentro suyo. La casa de campaña es pequeña y los dedos acarician el cielo de parpados que parpadean calmados sin ojos, con color, que son la tela el fondo del espectro. No a dormido el cuerpo. Una visión de sí misma, suelta la carcajada, y un gemido tonto. ¡Qué tonto! Se sale, acá es mejor, acá esta vivo. Rinde los gritos a el semidios que ahora se rebusca y salta, y asusta. Él ahora.

El niño teriántropo, cambia de forma tropical, se lo atribuye al Sol por la seca tierra, sobre el cielo que bosteza. El felino blanco es solo una forma suya. Que emana en los sueños, que sin dolor se descarna. Toca los sonidos se los enreda en el dedo, se despega la espalda que parece lodo, se esponja, oloroso, frondoso, le salen las lenguas a saborear las texturas, viscosas, con patas, o que se enrolla en su boca.

Oleaje de innumerables lugares en aposento, radica de sí mismo, sensaciones para los soñadores.




El carnaval de la iluminación.


No fin.

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