miércoles, 13 de marzo de 2013
El viejo del río
Había un río que no quería ser cruzado, por no ser necesario, como una piedra que no quería ser roída por ser una piedra y no otra -dijo, un anciano del otro lado del río- este no es tal río pues es necesario cruzarlo.
Sus largos bigotes se meneaban en el flujo del agua, bajo, la sonrisa de dientes chuecos y amarillos tenía la armonía de alzar el animo de cruzar el río, de alzar la cara, tenía la armonía de alzar los huesudos brazos -ven ven! diciendo con las manos.
El feliz viejo saltaba, del otro lado del río, usaba su capa negra, o blanca como su barba, era imposible desifrar su color, se confundía con la densa noche y el azulado bosque.
¡Pasa, pasa! -gritaba en su baile, cantando una canción que inventaba en ese mismo instante.
El dedo blanco tocó lo de una gota del transparente río, luego hundió el pie y las onduladas piedras sonaron. La corriente bajó de súbito.
El agua llegaba a las pantorrillas y caminaba como si lento patinase, alzando su vestido, cuando llegó al otro lado y el último paso tocó el pasto, arreció el cause, desequilibrada enfocó la mirada en los ojos vibrantes del anciano, con las manos inclinada sostuvo al suelo con el juego de calmar equilibrio.
luego subió lento, le comenzó a temblar el pecho, toda mojada, después seca, se erizó. El viejo echó la risa, una rasposa y escandalosa risa, en delirios camina hacia él como en la cuerda floja, como polilla hipnotizada por la luz, el río rugiendo. El viejo la atrapa en su capa y se hace chico, el agua cesa, el bulto negro se vuelve piedra.
Entre la torcida memoria y el forzado oído, le besa un último susurro en vuelto en el pétreo capullo -Yo soy, la piedra que no fue roída por ser una y no otra.
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